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Prefacio, reseñas y comentarios
El Prefacio
de Isabel Allende Bussi
La solidaridad, la preocupación por el prójimo, especialmente si es más débil, asume un significado verdadero cuando se expresa a través del servicio. Es éste el sentimiento que lleva al médico voluntario italiano, protagonista del relato, a dar su apoyo al pueblo nicaragüense durante la experiencia revolucionaria liderada por el Frente Sandinista.
Nicaragua es un pequeño país centroamericano de clima tropical y de vegetación exuberante, habitado en gran mayoría por gente sencilla y pobre. Ahí nació el padre del modernismo, el poeta Rubén Darío. Tierra de lagos, volcanes e islas mágicas como Solentiname, por su ubicación geográfica ha sido víctima de repetidos desastres naturales e intervenciones de Estados Unidos hasta el gobierno de Ronald Reagan. Su pueblo, sometido a crueles dictaduras protegidas por el potente país del Norte, se alzó en armas dos veces en el curso del siglo XX buscando nuevos y autónomos caminos y una identidad nacional propia. La primera experiencia está unida al nombre de Sandino, líder guerrillero, cantado por la poetisa chilena Gabriela Mistral; cuando el país parecía haberse encaminado por un sendero democrático e independiente, depuso las armas, pero fue asesinado por los esbirros de aquél que iba a ser uno de los peores dictadores de Nicaragua, Anastasio Somoza. La segunda, vio al Frente Sandinista llegar al poder después de una heroica lucha contra la dictadura hereditaria de los Somoza.
El triunfo del Frente Sandinista, luego institucionalizado electoralmente, despertó una corriente de simpatía y de renovada esperanza que recorrió el mundo entero seis años después de la frustrada experiencia del Gobierno de Salvador Allende en Chile en la construcción de un socialismo democrático.
Nosotros, chilenos, muchos de los cuales fuimos obligados al exilio por la cruel dictadura de Pinochet, veíamos reivindicados nuestros ideales y mirábamos con optimismo la posibilidad que la experiencia de Nicaragua reanimara en América Latina la construcción de sociedades más justas, más democráticas y más igualitarias. Muchos intelectuales, entre ellos, Julio Cortázar, compartieron estas esperanzas.
Es durante la experiencia política liderada por el Frente Sandinista que el joven médico protagonista de la obra se involucra activamente en los programas de salud pública. Nicaragua, en su extrema pobreza, carecía de los profesionales necesarios para enfrentar los graves problemas que afligían a la población, no sólo en el campo de la salud, sino que también en el de la vivienda, de la educación y de la economía. Aquellos programas carecían entre otras cosas, de las infraestructuras y de los recursos financieros, necesarios y los logros dependían casi exclusivamente del esfuerzo individual de los nicaragüenses y de los voluntarios extranjeros, de su creatividad y de su sacrificio, cualidades estimuladas por la existencia de proyectos colectivos de emancipación dirigidos a recuperar la libertad y la dignidad de cada ser humano.
Conocí a Eduardo Missoni durante mi exilio en México, país adonde llegó como funcionario de la UNICEF. Me impactó su fuerte vocación de médico y de servidor público, que hacía que se entregara completamente mientras cumplía sus funciones en las comunidades más pobres de Chiapas y de Guerrero, para dedicarse en los fines de semana todavía a la atención médica en un barrio del cinturón de miseria de la capital mexicana.
Cuando conozco profesionales con tal nivel de compromiso, no puedo dejar de recordar a mi padre, Salvador Allende y su dedicación a los pobres. Como médico, Salvador Allende miraba con especial preocupación el diagnóstico de la realidad demográfica y sanitaria de Chile sin quedarse solamente en la descripción de los fenómenos, trataba mas que nada de interpretarlos y de identificar sus causas, proponiendo y promoviendo las posibles soluciones. Salvador Allende entendió que las causas fundamentales de las patologías no residen en el individuo y en su herencia biogenética, sino más bien en el tipo de sociedad en que vive, que determina sus ingresos, su alimentación, la calidad de su habitación y de su ropa, su nivel de cultura, las enfermedades que lo afectan y los servicios de salud a los cuales tiene acceso. Por lo tanto, la solución del problema de la salud pública en los países pobres necesita transformaciones estructurales de índole económica y social.
Como en la Nicaragua que Missoni nos describe, en los años treinta en Chile la pobreza era la principal causa de enfermedad. Salvador Allende, antes como parlamentario y posteriormente como Ministro de Salud, promovió diversas iniciativas legislativas e intervenciones gubernamentales para aliviar aquella situación y mejorar los indicadores de salud de la población. Como Presidente de la República continuó aquel trabajo con una visión integral, empeñándose en cambios estructurales. Recuerdo que durante la campaña electoral presidencial, inventó junto con sus colaboradores el «tren de la salud», una hermosa iniciativa que se realizó con la participación generosa de muchos médicos, odontólogos y enfermeras que recorrieron en tren la larga geografía chilena, asistiendo gratuitamente los enfermos.
En Nicaragua, el Frente Sandinista, se empeñó en transformaciones igualmente profundas para la solución de los problemas de salud y un desarrollo equitativo.
En la lectura de la obra que recoge la experiencia de Eduardo en Nicaragua, me conmoví reconociendo en las dudas y en las reflexiones del médico que se confronta con una realidad social como la del campo nicaragüense, el hombre idealista que sueña construir una sociedad libre de cualquier esclavitud y que en aquella visión reafirma su compromiso.
El texto vibra de tensión ética y ofrece continuamente emociones fuertes a partir de una visión íntima de la vida campesina presentada en toda su sencillez y dramaticidad, trazada como en dibujos de colores naturales, sin artificios: las casas de adobe, el sabor de la tortilla de maíz, el trabajo de la siembra y de la cosecha, el color oscuro de los frijoles, el aroma intenso del café, las mujeres que lavan en el río, la alegría y el llanto de una vida nueva, las luces y los ritmos de las fiestas, todo en un marco de una pobreza que intuye la posibilidad de no serlo más.
La vida cotidiana se alterna con los eventos políticos y las movilizaciones sociales que marcan la historia de un proceso de cambio. La campaña de alfabetización, las jornadas populares de salud, el apoyo ciudadano a la producción, la reforma agraria. Pero también la amenaza constante, la agresión externa, la guerra contra el enemigo financiado y armado por el gobierno de los Estados Unidos, la desconfianza del Vaticano frente a un pueblo religioso que reivindica que «entre cristianismo y revolución no hay contradicción». El relato nos presenta personajes notables como Ernesto Cardenal, cura, poeta y Ministro de la Cultura del gobierno sandinista; escuchamos la homilía de Monseñor Mendez Arceo, obispo mexicano de Cuernavaca, que apoya la comunidad cristiana nicaragüense que busca el «Dios de los pobres», aquella Iglesia que vive en las montañas y en los pueblos donde el camino de nuestro médico protagonista se cruza con aquel del padre Jorge, franciscano griego cuya vocación lo ha llevado a Nicaragua.
Eduardo vuelve a Nicaragua veinte años después de aquella experiencia como médico voluntario durante la revolución sandinista. En el gobierno está un ex somocista. Los revolucionarios sandinistas han perdido el poder desde hace mucho tiempo a través de elecciones democráticas cuyo resultado han sabido respetar. Sus divisiones internas y las constantes agresiones de las cuales habían sido víctimas, habían contribuido a quitarle gran parte del apoyo popular. Mientras el Presidente Alemán se preocupa de borrar cualquier rastro de los éxitos sandinistas, algunos ex dirigentes del Frente Sandinista, actualmente marginados, analizan con el autor los hechos sucedidos y vislumbran las perspectivas.
El libro se concluye con una extraordinaria Misa Campesina celebrada por Uriel Molina con ocasión de sus cuarenta años de sacerdocio. Uriel, que ahora se ha reconciliado con la Iglesia, es uno de los símbolos cristianos de aquella revolución, fue suspendido a divinis por el obispo Obando y Bravo, designado cardenal durante la revolución sandinista, quizás justamente por no compartirla. La misa, en la cual participan antiguos dirigentes del Frente Sandinista, el padre Miguel d’Escoto, Sergio Ramírez, aquella que en su tiempo fue la comandante Dora María Téllez, Carlos Mejía Godoy y muchos otros, tiene el sentido de un nuevo canto de esperanza. Recomiendo este libro que recoge, a través de la visión del autor, la historia de una de las dos más importantes experiencias transformadoras de América Latina en el último tercio del siglo XX: la experiencia chilena guiada por Salvador Allende y la experiencia del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua. Ambas encaminadas a crear las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales necesarias para el desarrollo de las libertades, de una democracia verdadera y de la plena realización material y espiritual de cada ser humano y ambas apoyadas por fuerzas sociales con referentes políticos y filosóficos diferentes, pero coincidentes con los rasgos fundamentales de una nueva sociedad.
El texto ayuda a comprender lo sucedido en el país centroamericano y estimula la reflexión personal sobre la experiencia de transformación.
La historia avanza con retrocesos, nuestra tarea es el compromiso permanente con los valores y los ideales en los cuales fundamos nuestra vida.
Comentarios de los lectores
Releyendo Misa Campesina
por Eloy Sanchez
El libro de Eduardo Missoni Misa Campesina. Un médico italiano en la Nicaragua revolucionaria, que fue publicado por primera vez en italiano en el 2001, regresa, 10 años más tarde con su traducción al español, al que podría decirse es su nicho cultural y lingüístico originario. Un poco como el autor que en el libro regresa veinte años después a la que fue su Nicaragua de 1980, fresca de un año de Revolución Sandinista.
El libro mantiene intacta y viva su actualidad y se va transformando con el pasar de los años, – gracias a su estructura narrativa interna -, de libro de memoria social en un significativo y premonitorio análisis de las claves profundas de la sucesiva evolución de la experiencia histórica nicaragüense en las últimas décadas.
El libro logra este salto cualitativo gracias al doble punto de vista temporal que adopta: la historia (1980-1983) y la trama narrativa (el plot del regreso del autor, puesto al final, 20 años después). Ambos cuerpos narrativos se concluyen con un momento al mismo tiempo crítico y optimista.
El primero cuerpo narrativo, el más amplio y que abarca la casi totalidad del libro, se cierra con ese doble momento: la convocación que la policía política hace al autor para clarificar algunas opiniones críticas y a su posterior conversación con el representante del FSLN y con la colega epidemióloga, que le permiten una catarsis personal en el contexto de un país que de nuevo se encuentra con el drama de la guerra.
El segundo cuerpo narrativo, breve pero que le da la trama general al libro, sintetiza tragedia y esperanza en la impresionante frase del ex Ministro de Salud: “La Sandinista es la única revolución que se ha consumado en el arco de una sola generación”, de una parte, y en el recuento casi onírico del evento de la misa campesina, que cierra el libro.
Pero tal vez haya en el libro un tercer “cuerpo narrativo”, que no es temporal. Es el prefacio de Isabel Allende que sitúa el texto en el contexto de la historia de las luchas de liberación de los pueblos latinoamericanos, superando las coordenadas sociales y temporales nicaragüenses, y proyectando la memoria en el cuadrante de la construcción de la libertad humana y de sus luchas.
Se podría concluir aquí la proyección literaria de este texto? No creo que el texto lo permita. Y no lo permite porque el título trasforma semánticamente el eje narrativo del libro, y lo hace de manera radical. El título (que en la edición italiana es más fuerte porque escrita en español y sin subtítulo), modifica radicalmente el tiempo de la lectura de la historia, de su relectura veinte años más tarde, de su actual relectura en el contexto nicaragüense lleno de paradojas, porque introduce en el tiempo narrativo una dimensión temporal que no permite cerrar o concluir la obra de manera drástica. El título y el evento de la misa campesina abren la posibilidad de un final abierto literaria, histórica y teológicamente…porque el tiempo de la misa no es un tiempo escatológico (“el final del tiempo”, del juicio, de los apocalipsis…), sino un tiempo mesiánico (“el tiempo del final”), ese tiempo que se sitúa entre el chronos y el éschaton. Releer a Eduardo Missoni (Misa Campesina), leyendo a Giorgio Agamben (Il tempo che resta), me ha permitido entender el impacto y el significado de este título que el autor eligió hace ya muchos años.
Memorias de un pasado solidario
por Patricio Arellano
Estimado Eduardo !
Terminé tu “Misa Campesina”y me alegro mucho como relataste tu rica experiencia.
Tu trabajo en salud fue impresionante….y sin grandes medios e incluso estuviste bastante solo en algunos momentos !
Cuando estuve en Nicaragua con mi ex-compañera pudimos darnos cuenta de algunos problemas que existian todos los dias y captamos que algunos sectores de la capital o de las grandes ciudades “no irian nunca a combatir” o no se sacrificarian….y estaban a la pezca de cualquier cosa para acomodarse, por eso siempre he dicho que los campesinos nicaraguense se las jugaron hasta las ultimas !
Recuerdo siempre el “uso del poder” de los que gobernaban, de los milicianos, de los militantes del FSLN…., no siempre fue muy correcto ! pero tambien recuerdo las cosas lindas de ese pais y de ese pueblo, la amabilidad en todo lugar, el respeto y admiracion con el que nos observaban y lo mismo sentiamos nosotros hacia ellos “respeto y admiracion” !
Me hicistes volver a mi pasado solidario con Nicaragua aqui en Ginebra y en toda Suiza, creo que despues de la Solidaridad con Vietam y despues de Chile es lo mas grande que se ha visto en este pais, desde antes de la toma de Managua aqui fundamos la Asociacion de Solidaridad con Nicaragua y dirigimos nuestra ayuda al Hospital de Esteli, donde la “sala de partos” lleva el nombre de “Anita Barrier” suiza de profesion Matrona que por salvar a 2 compas mujeres se ahogo y las otras se salvaron gracias a Anita (esto fue en una playa en el Pacifico al norte de Managua), en otras palabras…, hay varios Suizos que dejaron su vida por allà !
Organizamos la 1ra. Brigada de Solidaridad con Nicaragua, mas de 50 personas entre Suizos y latinoamericanos partieron a trabajar estando ellos de vacaciones !
Me agrado tu parte critica, cuando te empiezan a presionar, cuando te comienzan a advertir y en el fondo ha amenazarte diciendote “cuidado con lo que hablas…”
yo tambien conoci cosas parecidas de ese “estalinismo mediocre” aqui y allà, me nos mal que no estabas en Cuba pues ahi a lo mejor te encerraban unos dias o te expulsaban del pais de inmediato, en todo caso BRAVO por escribirlo en tu libro !
La edad de los sueños
por Angelica Jimenez
Estimado Eduardo,
no nos conocemos, pero al leer tu libro … me queda un sabor de fondo que deseo compartir contigo.
Eres un gran hombre, en lo literal y en tus sueños; has luchado, sigues luchando por grandes sueños de equidad.
La lectura de Misa Campesina, me llevo a la edad de mis propios sueños, aunque los viviese en circunstancia muy distintas ( en apostolado en población El Castillo, La Pintana, Santiago, como integrante de C.V.X, movimiento laico Jesuita).
Hay quienes definen que uno persigue utopias, en tanto yo pienso que paso a paso uno aporta con consciencia a la construcción de un futuro distinto, mejor para quienes vendrán….y tal vez el mejor legado no sean los logros, semillas apenas de lo que se necesita. Sin embargo, el caminar con el foco claro, con consistencia en si mismo es un legado de esperanza para dar fuerza a los jóvenes que tomaran la bandera cuando nuestras energías se agoten.
Espero algún día tener el placer de estrechar tu mano, …
Gracias por los recuerdos
por Edmundo Morales, médico de salud pública
Tenía unos 7 años cuando en una caja arrumbada en lo que era el consultorio de mi padre, descubrí entre libros viejos y otras cosas, un casete. La curiosidad obligaba descubrir el contenido almacenado en la cinta magnética, además el descubrimiento daba oportunidad a usar la “grabadora”, recién regalada a mi familia por el gobierno del municipio, el cual había recibido como donación un tráiler cargado de electrónicos chinos, seguramente parte de algún cargamento de contrabando confiscado. La luz eléctrica recién había llegado a mi pueblo y ese cargamento significó para muchas familias, la primera grabadora, plancha eléctrica o el primer televisor (aunque ninguna señal alcanzara a llegar a esa zona de la Sierra Norte de Puebla). El casete en cuestión tenia grabado por un lado canciones de Mercedes Sosa y por el otro, canciones de Carlos Mejía y “Los de Palacagüina”, el repertorio incluía canciones como Jacinto Tiradora, Chinto Jiñocuago, Quincho Barrilete, El Cristo de Palacagüina, Creo en voz y Misa Campesina. Cuando mi padre me descubrió escuchándolo una y otra vez, solo me contó que uno de sus compañeros se lo había obsequiado en sus tiempos de estudio en la UNAM, no me contó más y toda mi infancia crecí escuchando esa cinta, pensando que Carlos Mejía y su grupo eran mexicanos hasta que ya inmerso en el movimiento estudiantil en mis estudios en Puebla, descubrí el origen revolucionario de sus canciones y la verdadera nacionalidad. La confusión inicial surgió debido a que sus canciones hablaban de todas las cosas que me rodeaban y por otro lado reflejaban muchos de los valores de mi familia y su catolicismo, profundamente solidario. Tiempo después descubriría que tenía muchos más vínculos y cosas en común con compañeros que crecieron en el campo en Nicaragua, El Salvador o en Ecuador, que con mis compañeros de clase media nacidos en la Ciudad de México o Puebla. Te cuento eso, porque como estos recuerdos, la lectura de tu libro me regalo tantas y tan variadas remembranzas, que me detendré a contarte sobre eso, cosa que es para mí más importante, que darte una crítica literaria que sería inexacta y precaria.
Disfrute mucho la lectura de tus historias, casi todas ellas de una u otra forma, cercanas a profundos pasajes de mi vida. Tu transito por Nicaragua me recordó mucho la vida del compañero comandante Gaspar García, cuando te leía, cruzó por muchos momentos pasajes de la biografía de ese hombre humilde, amoroso y enérgico, resuelto a dar su vida por los pobres de cualquier parte del mundo, por cosas de la vida, esos pobres fueron los campesinos de Nicaragua, pero pudieron haber sido de cualquier parte del mundo.
Así fue que tus relatos congregaron al mismo tiempo, momentos de mi infancia en esa apartada región del norte de Puebla, las casa de tablas, los tiempos sin carretera ni luz eléctrica, la terrible pobreza, sobre todo de los indígenas totonacos que eran cerca del 80% de la población, las precarias condiciones de vida de la mayor parte de las personas, la labor de médico de mi padre en esas condiciones, pero también disfrutaba los relatos desde la perspectiva de estudiante de medicina, desde mis años en brigadas de voluntarios a comunidades como las que relatas y mi año de servicio social. En ese entonces estaba enamoro de la cínica, me apasionaba poder poner en practica mis limitados conocimientos para ayudar a personas de los pueblos que eran como el pueblo en que nací y crecí, cuando podía darle remedio a una enfermedad a algunos de los niños o niñas de esos pueblos, era como darle alivio a los amigos con los que jugaba en la primaria; pero que impotencia era saber que por mucho que me afanara en los conocimientos sobre clínica, nada mejoraría a largo plazo sin trabajos menos fatigosos, sin salarios de hambre, sin mejorar esas casas que no servían de refugio ni del frio, ni del agua, ni del viento, sin mejores oportunidades para alimentarse. Por esos tiempos mi madre me regalaba un disco titulado “Abril en Managua”, era el concierto en solidaridad ante la amenaza de una invasión estadounidense. Pronto las lecturas de clínica y nosología se fueron mezclando con las lecturas de economía política, marxismo, historia de México (y también de Nicaragua). En el movimiento estudiantil marxista encontré argumentos para entender y encausar las frustraciones de una formación médica distante de los problemas de mi país. Así fue como abandoné la intención de hacer una especialidad cínica y opté por la salud pública y así fue también que me comencé a formar políticamente y a participar en organizaciones de izquierda. En México eso es peligroso, en ese entonces mucho más peligroso que ahora, por eso mi madre siempre trató vanamente de alejarme de la participación política y la organización popular, cosa que contradecía los valores cristianos que creo, yo había tomado demasiado enserio.
Escribes sobre algo que hasta el momento no tolero, algo que me es difícil de tramitar emocionalmente y es el enojo que me provocan los colegas deshumanizados, insensibles y holgazanes frente al sufrimiento del prójimo. El desinterés por los pacientes y la mecánica burocrática con la que actúan me irrita, pese a que entiendo que las estructuras institucionales y las lógicas, condicionan en gran medida esas actitudes, nunca pude adaptarme a eso ni callarlo, lo que me ganó varias enemistades con colegas. Eduardo, admiro el tono en el que redactas esos pasajes, creo que yo sería mucho menos elegante. Por otro lado, te agradezco porque reviviste momentos de satisfacción enormes, momentos que uno atesora en la memoria como muestras de que un día uno fue útil, se ganó a pulso el pan o el café de ese día, el abrazo del campesino fue merecido, el kilo de tortillas o la servilleta bordada, como pago quedaron, daban el impulso, el respiro, la esperanza necesaria para continuar trabajando frente a las adversidades propias de quién está interesado en la salud pública. Claro que esos momentos en su gran mayoría se los debo al heroico quehacer del médico rural, en el anonimato -cómo deben ser las verdaderas obras de bondad y solidaridad- queda el quehacer del salubrista, porque nadie tiene que agradecer por la diarrea que no dio, el nene que no murió por neumonía, el embarazo que transitó sin problemas.
Como bien lo relatas, pienso que la práctica médica motivada por el amor al prójimo, en los pueblos pequeños, en los barrios, es la práctica médica por excelencia, porque los pacientes no son clientes, son personas y personas cercanas, conocidas, personas con la que entablas relaciones, afectos, incluso desafectos; en ese ambiente, las relaciones entre médico y pacientes tienen toda la carga de humanidad que puede existir, no el frio intercambio de datos de la practica hospitalaria urbana o de los consultorios destinados a expedir recetas. Estoy feliz de encontrar, a través de tu libro, tantas similitudes contigo.
Pienso que sí “Una elección es siempre una limitación”, pero también es la puerta para nuevas alternativas y estoy seguro de que, como yo, habrá muchas personas que agradecen las elecciones que has tomado, entre ellas la de escribir este libro tan henchido de enseñanzas sobre el amor que motiva el quehacer médico, sobre el compromiso social, sobre la esencia de cristianismo y de una revolución interminable, permanente.
Perdón si te aburrí con esas ideas sueltas y redactadas apresuradamente pero no quería dejar pasar la ocasión de agradecerte por los recuerdos que me evocó tu libro. Espero poder volver a conversar pronto contigo, porque además en reciprocidad, te tengo un regalo.
Se me ocurrió escanear el libro, así si se te terminan los impresos, puedes compartir el archivo PDF en un acto de autopiratería, para no perder la tradición familiar.
Abrazos compañero.
Otros comentarios
Martin Mezzanotte: Hermoso libro!!!
Un relato de vida atrapante, narrado con elegancia y sentimiento. Como latinoamericano, me resultó imposible no conmoverme frente a las realidades rurales y desigualdad de oportunidades que siguen marcando nuestra historia a lo largo de las décadas. Eduardo supo poner en palabras esos paisajes, realidades, aromas y sensaciones que nos atraviesan como pueblo y que siguen siendo color e inspiración de nuestras luchas y nuestra esperanza inquebrantable de construir una América más justa.
Jorge Fernández: Excelente libro, agradecido de tu experiencia compartida.
Ferran Guimaraes: Buen libro. Y sincero.
En él me impresionó tu desencanto por los dirigentes sandinistas; cuanta razón tenias. Fijate como hoy tu frustracion de entonces esta materializada en esa Republica.
Sergio Rinaldi: Un placer tener una copia del mismo en mi poder. Gracias Eduardo